Artículo #214

La copa medio llena del vino chileno
La caída del consumo de vinos; los bajos precios de la uva; el nuevo etiquetado; la falta de estrategias integrales de promoción en el exterior; una legislación desactualizada y nuevas tendencias de consumo, son sólo algunas de las cuestiones que inundan de pesimismo la escena del vino chileno actual. En ese contexto, ¿hay aspectos positivos por destacar? ¡No todo puede ser tan negativo!, me respondo a mí misma. Salir a preguntar a enólogos, vitivinicultores, periodistas, sommeliers, académicos y científicos es mi primera toma de posición.
Texto destacado
La copa medio llena no es un movimiento abrupto que haya ocurrido de un día para otro, sino la concatenación de diversos hechos y aprendizajes tanto del mundo público como privado que se han unido y que configuran la escena 2025

En la industria del vino – como en todas – hay ciclos y las crisis son parte de su desarrollo. Entrando al siglo 20 también se alarmaban por la caída de precios en las exportaciones y los consumidores de “vinos finos” ya buscaban salud y placer. En un titular del 2013 en La Tercera, José Guilisasti de Viñedos Emiliana daba alertas que no parecen nuevas: "La industria del vino está en crisis y no aguanta una nueva alza tributaria”, decía. Incluso la pandemia, con todo lo malo, dejó algo bueno: aumentó el consumo doméstico directo, algo que nadie previó, ya que a falta de vida social las personas compraron vino directo al productor y distribuidor. Terminada la pandemia, las pequeñas viñas ganaron en exposición y se subieron al carro de las redes sociales, del enoturismo y del delivery, luego al de las ferias y, en definitiva, a la venta directa. Un buen ejemplo de que ante las crisis podemos paralizarnos o intentar salir. Mi propuesta es que aclarando lo bueno, encontremos razones para agarrar nuevo impulso porque de que el mundo del vino chileno cambió, cambió.

Hace 10 años no existía el Día del Vino Chileno. Tomo esta referencia por ordenar una fecha que me permita acotar el espacio de revisión. Pero el 4 de septiembre no es casual. Sea por estrategia política o fruto de una conversación de pasillo, lo cierto es que obligó a encontrar una fecha y darle relato. Tenemos algo que antes no teníamos declarado y que le ha dado nuevos argumentos al calendario anual del vino.
Modelo vitivinícola único, es decir, chileno.
También puedo enumerar otras buenas noticias que hablan de un ecosistema más integrado, diverso, innovador y dialogante. Hasta el 2018 no existían institucionalidades público-privadas como Enoturismo Chile de CORFO que, convencidas, salen de sus cuatro paredes y se abren a instancias de divulgación como los Premios Enoturismo Chile, el sistema de reservas Enoticket, el Catastro de Enoturismo y su mapa de fiestas de vendimias con manual de buenas prácticas incluido. Enoturismo llega acompañada de diversos aparatos públicos y privados como ProChile, Sercotec, INDAP y el Consorcio I+D de Vinos de Chile con su sello sustainable.cl. Tampoco existían asociatividades tan diversas como MOVI (2009), VIGNO (2011), Mujeres del Vino (2018), Maipo Origen (2020); ALMAULE (2021), Casablanca Off (2018) y Viñaderos de Empedrado (2023); ni cooperativas como la COVICAM y COVACOL en Colchagua; Cooperativa Lagar de los Oasis en Pica y Licanantay en Toconao.
No alcanzaría esta columna para detallar, mes a mes, la proliferación de ferias de vendimia, de poda y eventos regionales entorno al vino que se realizan en todo Chile y todo el año: Descorchados, Bocas Moradas, Catad’or, Chanchos Deslenguados, ExpoVino, Vinos de Proa; Noche del Carmenere; Meet&Drink; Tiny Tastings y Wine On!. Según el Mapa de Vendimias 2025 hay 30 eventos registrados desde la Pampa del Tamarugal hasta la Araucanía y en cada una se muestra la diversidad en tamaño de viñas y cepas representativas. No está de más mencionar, aunque sea una historia que ya cumplió 30 años, la revelación del Carmenere. Una cepa que exigió mucho aprendizaje, que aún está conociendo sus límites pero que exhibe variedad y calidad, y que como señaló Aurelio Montes en una Master Class realizada en honor a este “redescubrimiento”, permite hoy decir que “somos los que más sabemos de esta variedad en el mundo”.
Tampoco entraban en la realidad del vino chileno formatos de educación especializada tan diversos como la Escuela de Sommeliers de Chile (2001), The Wine School Chile (2004), Mastering Wine (2017) y la Escuela Moderna del Vino (2023); junto a los diplomados en Comunicación de Vinos de la UNAB, el de Vino Chileno de la PUC y centros de servicios integrales como IIVO. Al revisar la lista de estudiantes inscritos en estas instancias, se verifica que el público interesado en saber más de vinos, no es necesariamente profesional del área, pero tiene interés en saber más y agradece la diversidad de opciones de aprendizaje, incluso en formatos online. En ese sentido, se han consolidado clubes y comunidades como La Cav, EudoraVinos, Armonía Wines, Avinemos y Hello Wine, por mencionar algunas. En esta enumeración es imposible obviar el impacto de las redes sociales como canales de venta y de conexión instantánea entre los vinos y sus productores, y entre Chile y el mundo. ¿Alguien pudo imaginar esta diversidad para elaborar, beber, comprar, viajar y conocer vinos chilenos hoy?
Pero, bajemos las revoluciones. La copa medio llena no es un movimiento abrupto que haya ocurrido de un día para otro, sino la concatenación de diversos hechos y aprendizajes tanto del mundo público como privado que se han unido y que configuran la escena 2025. A diferencia de las viñas de los años 90’s ya no es una industria de grandes si no que han aparecido nuevos y pequeños viñateros enfocados más en la identidad y calidad, que en volumen y precio. ¿Y qué ocurrió debajo de ese movimiento? Nos dimos cuenta de que no era suficiente hacer buenos vinos, sino que había que aprender a venderlos y para eso había que conocer mejor el territorio. Se reemplazaron viñedos enfermos por aquellos más adecuados al clima de cada valle; bajamos el aporte de barricas y aprendimos a comprar barricas; recuperamos lagares y experimentamos con nuevos contenedores como huevos de concreto y tinajas.
En el lado medio lleno de la copa también está la profesionalización de la vitivinicultura. Un trabajo conjunto del INDAP, INIA y de las mismas viñas, gracias a lo cual se avanza en la identidad genética del viñedo chileno. Se empezó a ordenar el pool de variedades entendiendo que las criollas como Tamarugal y Caliboro, son distintas a las patrimoniales como País, moscatel de Alejandría, breval negro o mollarcano, por mencionar algunas. Nuevos nombres de raíces muy profundas. Y gracias a los marcadores de ADN, empezamos a descubrir que tenemos muchas variedades que, aunque estén en estado NN, nos permitirán valorar su potencial frente al cambio climático y averiguar qué vinos hacer con ellas. Todo esto se ha hecho con recursos humanos y tecnología chilena desarrollada no solo en Santiago, sino que aportando al desarrollo económico de regiones.
Lo más importante: fuimos en busca de nuestra identidad y en ese proceso, el mapa de Chile se amplió y al ampliarse ganamos en identidad y diversidad. Descubrimos nuevos paisajes con sus propias historias de vinos, rostros y cultura como el Norte Grande, Choapa, Limarí, Alcohuaz, San Antonio, Lo Abarca, Maule, Itata, Osorno, Bio-Bío, Traiguén, Chiloé, Chile Chico e Isla de Pascua. Lo viejo se convirtió en lo nuevo. La cepa francesa convive hoy con la criolla y con la patrimonial sin pedir permiso. Y así es como hoy tenemos un modelo vitivinícola único, chileno.
Nilo Mejía, investigador del INIA analiza el momento: “Es interesante porque la investigación genética en cepas criollas y patrimoniales lleva al menos 10 años desarrollándose. El desafío actual es que haya una transferencia no sólo al sector productivo, sino al enoturismo y la gastronomía. El mundo busca lo original y Chile lo tiene”. Un optimismo que comparte su colega Irina Díaz: “Ya se entendió que estas cepas gustaban y comprobamos su arraigo sociocultural. Hoy tenemos más integrado al mundo productivo y nos queda conectarlo con la arqueología, la historia y otras ciencias sociales”.
Enoturismo: la conexión
Si hay un factor que conecta muchos de los aspectos que he querido destacar en esta mirada optimista para el vino chileno, es el enoturismo que, tanto en Chile como en el mundo, ha llegado para quedarse y tener vida propia. Sobre todo, mostrando los diversos rostros detrás de cada vino, dando relato y apoyando las economías locales. Por algo Chile el 2024 subió en un año del puesto 10° al 7° entre 26 países dedicados a este turismo.
Los datos son consistentes en el tiempo y llegan fresquitos del último Catastro Nacional Enoturismo Chile 2024. De un total de 358 bodegas, 219 están abiertas al turismo. Esto es un 5% más que el 2023. Si bien, como era esperable, con 37, el valle del Maipo es el que cuenta más viñas abiertas al turismo, sorprende que Itata iguale a Colchagua con 29. Esta cifra cobra más sentido si se contrasta con lo que hemos mencionado del nuevo modelo vitivinícola chileno y con que el 67% de las viñas que hoy se abren a público sean de tamaño micro y pequeño (43% y 24% respectivamente) y con que el 78% están asociadas a una ruta o asociación. La evolución también se nota en la evolución de la oferta: el 2016, por ejemplo, con suerte se agradecía un tour con cata y degustación. El 2020 ya aparecían los picnics, el haga-su-vino, los alojamientos propios y los tours privados y hemos incorporado más valles, más eventos para públicos más diversos, que acentúan la conexión con el campo y la mesa que los ve nacer: el 70% de las viñas ofrecen algún tipo de alimentación propia, independiente o no de los recorridos. El ticket promedio también muestra buenas cifras: de $18.000 el 2017 a $43.000 el 2024.
Hay aprendizaje, investigación y paisaje. Y botellas adentro, hay calidad. Eso no hay que obviarlo. Y es un aspecto que valora Héctor Vergara, master sommelier: “Lo bueno es que a pesar de las dificultades, el nivel del vino chileno ha mejorado. Se ha comprado menos vino, pero el nivel cualitativo ha mejorado”. ¿Por qué ha mejorado? Le pregunto: “Hay varias razones, ha sido un proceso, pero diría que analizando las vendimias antes del 2018, que para mí marca un punto de inflexión, se esperaba demasiado la madurez de la uva. Hoy adelantamos las vendimias bajo el concepto de que podemos hacer vinos más delicados, con mayor precisión, entendiendo su sentido de pertenencia. Es otra mirada, que está en sintonía con lo que está pasando afuera y que se vincula también con las tendencias del consumidor. Si vemos, por ejemplo, regiones clásicas como la Borgoña, también hay movimientos en busca de vinos más livianos y frescos que acompañan a una cocina más liviana y fresca. Volviendo a Chile y la calidad, hay que agradecer y reconocer que en eso los cocineros nos han ayudado a subir el nivel del vino que se consume. Es un trabajo mutuo entre el vendedor y el comprador pero se ha abierto el diálogo para tener vinos de nivel medio superior.”
Un diálogo menos formal y que fomenta la diversidad, también lo han abierto las ferias de vinos. En ese proceso, uno de sus precursores – 2012 y aún activo - fue Sebastián Alvear con sus Chanchos Deslenguados: “En esa época, la manera de interactuar con el vino era en el supermercado pero los vinos naturales no se mueven por esos canales. Entonces, había que salir a sembrar, si no, no se hace nada. La feria fue la manera que encontré de acercarlos a la gente y de subirle el pelo al viñatero. Hoy las ferias cambiaron, se relajaron, se diversificaron y es bonito porque es bonito salir a buscar tu vino. Yo veo un público nuevo, interesado y buscando cosas nuevas. Hay diversidad, cada año hay más variedad, eso es lo más importante. El cambio ya está ocurriendo”.
En esto de sembrar, hay que revisar también el rol del sommelier. Ya mencioné el factor academias, pero la aparición de un nuevo tipo de sommelier va más allá y ya es un factor clave que permitirá llenar las copas, aumentar el consumo de vinos, consumir responsablemente alcohol y hacer girar la rueda hacia donde todos queremos. No es solo tener más autoridad, sino hacerlo con la bandera chilena. Como dice Ricardo Grellet, sommelier y uno de los fundadores de la Asociación Nacional de Sommeliers de Chile: “Muy de a poquito el consumidor se está dando cuenta de la importancia del sommelier, y que tener cartas de vinos más representativas de Chile, no es sólo por quién pone plata por estar en la carta sino por el interés de mejorar la propuesta gastronómica completa de cada local”.
Daniel Kahneman ganó el Nobel por demostrar que si quieres movilizar gente en condiciones de incertidumbre, la noción de pérdida es psicológicamente tan poderosa que te paraliza y olvidas lo ganado. Aplicando este razonamiento al vino chileno, quizás llegó el momento de movilizarnos desde los logros, en lugar de paralizarnos desde la copa vacía. No puedo terminar estas líneas con la palabra “vacía”, así es que permítanme darles un último argumento. No es necesario convertirse en héroe ni bastión. Creo que cada uno en su ámbito debe informarse, y encontrar razones y acciones para llenar la copa. Como decía Felipe García recordando los inicios de MOVI, “no inventamos nada nuevo, solo llegamos a ocupar un espacio que estaba deshabitado”. ¿Qué espacios vacíos u obsoletos quedan por ocupar para que el vino chileno se valore – en precio, imagen y mercados - tanto dentro como fuera de Chile? La copa queda en espera, medio llena, hasta un próximo reportaje.
(*) Sobre la autora:
María Estela Girardin Baigorrotegui es periodista y asesora de comunicaciones chilena con más de 27 años de experiencia en desarrollo de contenidos, estrategias de comunicación y relaciones públicas que combinan el mundo financiero, gastronómico, turístico y cultural. Es Licenciada en Comunicación Social por la UCAB, egresada de la Maestría en Literatura Latinoamericana de la USB, y con estudios en D.O. en la Universidad de Chile. Ha recibido becas de la AECI y del Ministerio de Educación y Cultura de España, además de premios por investigación periodística. Habla español, francés e inglés. Ha trabajado en Chile, España, Venezuela y Francia.
Los últimos 15 años – colaborando en Revistas In Lan e In Wines, La Tercera, Academia de Emprendedores de ADN Radio, Canal HORECA y Wip.cl - los ha dedicado a difundir destinos, sabores y mostrar el rostro del turismo desde las más diversas plataformas autogestionadas: blog whereismeg; podcast Manda Fruta; libro Bitácora de Turismo Emprendedor (acceso gratuito desde su web www.estelagirardin.com) y su propio Instagram @estela_girardin.
Nota: Este reportaje nace del Taller de Columnas de Opinión del Diplomado en Conunicacion de Vinos de la Universidad Andrés Bello en alianza con Vinifera Editorial en la constante búsqueda de nuevos espacios para pensar y comunicar el vino.